PANORAMA DEL SIGLO XX:
ERIC HOBSBAWM HISTORIA DEL SIGLO XX. CRÍTICA. BUENOS AIRES
VISTA
PANORÁMICA DEL SIGLO XX
Los decenios transcurridos desde
el comienzo de la primera guerra mundial hasta la conclusión de la segunda
fueron una época de catástrofes para esta sociedad, que durante cuarenta años
sufrió una serie de desastres sucesivos.
Sus cimientos fueron quebrantados por dos guerras mundiales, a las que
siguieron dos oleadas de rebelión y revolución generalizadas, que situaron en
el poder a un sistema que reclamaba ser la alternativa, predestinada
históricamente, a la sociedad burguesa y capitalista, primero en una sexta
parte de la superficie del mundo y, tras la segunda guerra mundial, abarcaba a
más de una tercera parte de la población del planeta. Los grandes imperios
coloniales que se habían formado antes y durante la era del imperio se
derrumbaron y quedaron reducidos a cenizas.
Comienza con la primera guerra mundial, que marcó el derrumbe de
la civilización (occidental) del siglo XIX. Esa civilización era capitalista
desde el punto de vista económico, liberal en su estructura jurídica y
constitucional, burguesa por la imagen de su clase hegemónica
característica y brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la
ciencia, el conocimiento y la educación, así como del progreso material y
moral. Además, estaba profundamente convencida de la posición central de
Europa, cuna de las revoluciones científica, artística, política e industrial,
cuya economía había extendido su influencia sobre una gran parte del mundo, que
sus ejércitos habían conquistado y subyugado, cuya población había crecido
hasta constituir una tercera parte de la raza humana (incluida la poderosa y
creciente corriente de emigrantes europeos y sus descendientes), y cuyos
principales estados constituían el sistema de la política mundial
En efecto, se desencadenó una crisis
económica mundial de una profundidad sin precedentes que sacudió incluso
los cimientos de las más sólidas economías capitalistas y que pareció que
podría poner fin a la economía mundial global, cuya creación había sido un
logro del capitalismo liberal del siglo xix. Incluso los Estados Unidos, que no
habían sido afectados por la guerra y la revolución, parecían al borde del
colapso. Mientras la economía se tambaleaba, las instituciones de la democracia
liberal desaparecieron prácticamente entre 1917 y 1942, excepto en una
pequeña franja de Europa y en algunas partes de América del Norte y de
Australasia, como consecuencia del avance del fascismo y de sus movimientos y
regímenes autoritarios satélites.
Sólo la alianza —insólita y
temporal— del capitalismo liberal y el comunismo para hacer frente a ese desafío
permitió salvar la democracia, pues la victoria sobre la Alemania de Hitler fue
esencialmente obra del ejército rojo. Desde una multiplicidad de puntos de
vista, este período de alianza entre el capitalismo y el comunismo contra el
fascismo —fundamentalmente las décadas de 1930 y 1940— es el momento decisivo
en la historia del siglo XX. En muchos sentidos es un proceso paradójico,
pues durante la mayor parte del siglo —excepto en el breve período de
antifascismo— las relaciones entre el capitalismo y el comunismo se
caracterizaron por un antagonismo irreconciliable. Una de las ironías
que nos depara este extraño siglo es que el resultado más perdurable de la
revolución de octubre, cuyo objetivo era acabar con el capitalismo a escala
planetaria, fuera el de haber salvado a su enemigo acérrimo, tanto en la guerra
como en la paz, al proporcionarle el incentivo —el temor— para reformarse desde
dentro al terminar la segunda guerra mundial y al dar difusión al concepto de
planificación económica, suministrando al mismo tiempo algunos de los
procedimientos necesarios para su reforma.
Ahora bien, una vez que el capitalismo
liberal había conseguido sobrevivir —a duras penas— al triple reto de la
Depresión, el fascismo y la guerra, parecía tener que hacer frente todavía
al avance global de la revolución, cuyas fuerzas podían agruparse en torno a la
URSS, que había emergido de la segunda guerra mundial como una superpotencia.
Sin embargo, como se puede
apreciar ahora de forma retrospectiva, la fuerza del desafío planetario que
el socialismo planteaba al capitalismo radicaba en la debilidad de su oponente.
Sin el hundimiento de la sociedad burguesa decimonónica durante la era de
las catástrofes no habría habido revolución de octubre ni habría existido la
URSS.
El socialismo, no se habría
considerado como una alternativa viable
a la economía capitalista, a escala mundial. Fue la Gran Depresión de la década
de 1930 la que hizo parecer que podía ser así, de la misma manera que el
fascismo convirtió a la URSS en instrumento indispensable de la derrota de
Hitler y, por tanto, en una de las dos superpotencias cuyos enfrentamientos
dominaron y llenaron de terror la segunda mitad del siglo xx, pero que al mismo
tiempo —como también ahora es posible colegir— estabilizó en muchos aspectos su
estructura política.
De no haber ocurrido todo ello, la URSS no se
habría visto durante quince años, a mediados de siglo, al frente de un «bando
socialista» que abarcaba a la tercera parte de la raza humana, y de una
economía que durante un fugaz momento pareció capaz de superar el crecimiento
económico capitalista.
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